Hola. Vine acá por un amigo común con Fefé. No pude escuchar el programa ese día. Recién hoy entro y veo las fotos, y veo la partida de Fefé. Escribí algo sobre él, mezcla de ficción y realidad. Naturalmente, no lo vi más, la década del terror nos llevó, a él al exilio, a mí a la cárcel y luego el silencio, el miedo. Pero el recuerdo del Flaco está intacto. Transcribo el texto y prometo escuchar los audios y seguirlos en los programas actuales. un abrazo y gracias
Rubén Padula
Fefé,Marx y el saxofón
Sentados a la mesa ubicada al centro de la habitación, frente a frente, desentrañamos a Marx. A la siesta son los encuentros; entre mate y mate nos atrevemos con El Capital.
—Hay que ir a las fuentes —insiste Fefé—, descifrar la plusvalía y la tendencia decreciente de la tasa media de ganancia.
En la vieja pensión, Fefé ocupa la habitación que da al patio de luz. La señorial casona de la aristocracia cordobesa alberga a crónicos estudiantes del interior que se acomodan en cuchitriles descascarados.
La ciudad cautiva a los novatos que llegan con impulsos y sueños profesionales y, a poco tiempo, trocan las aspiraciones de la familia por búsquedas vitales, inmersas en el bullicio generacional que desafía lo consagrado.
Fefé es saxofonista. De estatura descomunal, delgado como una caña, usa anteojos de marco negro con gruesos cristales que parecen culo de botella. El pelo renegrido le cae dócil por la espalda. Es el único rasgo de coquetería que le conozco: en una tarde es capaz de levantarse cuatro veces para alisarse el pelo con un cepillo de cerdas de no sé qué animal, recomendado por una novia que estudiaba cosmetología.
Andará por los veintisiete. Tener un amigo en común y ser oriundos del mismo pago nos ha acercado en esta cruzada. Entre lo prohibido y lo necesario nos vemos sacudidos por planteamientos esenciales.
—Me han cortado los víveres —reniega Fefé—, me dieron el ultimátum y no pude zafar. El derecho civil es un trago que jamás pasará por mi garganta. Menos mal que la vieja por ahí me manda una encomienda. Siempre me pone un pañuelo ¿por qué será? mezclado entre la mermelada y el paquete de arroz. Alguna monedita me tira, pero el viejo la tiene multada. Si me parece oírlo: ¡Y vos dejá de alimentar zánganos!. Lo mío es la música, ya se los dije. Para ser un muerto de hambre, reniega mi viejo. Y a vos, ¿qué te dicen?
Cuando cesa la lectura, escudriñadora, polémica, el Flaco se despacha con melodías que mis oídos, aún no abiertos, no logran captar. Sólo que obran como una balsámica caricia, justo para tomar el mate del estribo y agarrar la calle mascullando teorías.
Una idea sobre “Chau_Fefe”
Hola. Vine acá por un amigo común con Fefé. No pude escuchar el programa ese día. Recién hoy entro y veo las fotos, y veo la partida de Fefé. Escribí algo sobre él, mezcla de ficción y realidad. Naturalmente, no lo vi más, la década del terror nos llevó, a él al exilio, a mí a la cárcel y luego el silencio, el miedo. Pero el recuerdo del Flaco está intacto. Transcribo el texto y prometo escuchar los audios y seguirlos en los programas actuales. un abrazo y gracias
Rubén Padula
Fefé,Marx y el saxofón
Sentados a la mesa ubicada al centro de la habitación, frente a frente, desentrañamos a Marx. A la siesta son los encuentros; entre mate y mate nos atrevemos con El Capital.
—Hay que ir a las fuentes —insiste Fefé—, descifrar la plusvalía y la tendencia decreciente de la tasa media de ganancia.
En la vieja pensión, Fefé ocupa la habitación que da al patio de luz. La señorial casona de la aristocracia cordobesa alberga a crónicos estudiantes del interior que se acomodan en cuchitriles descascarados.
La ciudad cautiva a los novatos que llegan con impulsos y sueños profesionales y, a poco tiempo, trocan las aspiraciones de la familia por búsquedas vitales, inmersas en el bullicio generacional que desafía lo consagrado.
Fefé es saxofonista. De estatura descomunal, delgado como una caña, usa anteojos de marco negro con gruesos cristales que parecen culo de botella. El pelo renegrido le cae dócil por la espalda. Es el único rasgo de coquetería que le conozco: en una tarde es capaz de levantarse cuatro veces para alisarse el pelo con un cepillo de cerdas de no sé qué animal, recomendado por una novia que estudiaba cosmetología.
Andará por los veintisiete. Tener un amigo en común y ser oriundos del mismo pago nos ha acercado en esta cruzada. Entre lo prohibido y lo necesario nos vemos sacudidos por planteamientos esenciales.
—Me han cortado los víveres —reniega Fefé—, me dieron el ultimátum y no pude zafar. El derecho civil es un trago que jamás pasará por mi garganta. Menos mal que la vieja por ahí me manda una encomienda. Siempre me pone un pañuelo ¿por qué será? mezclado entre la mermelada y el paquete de arroz. Alguna monedita me tira, pero el viejo la tiene multada. Si me parece oírlo: ¡Y vos dejá de alimentar zánganos!. Lo mío es la música, ya se los dije. Para ser un muerto de hambre, reniega mi viejo. Y a vos, ¿qué te dicen?
Cuando cesa la lectura, escudriñadora, polémica, el Flaco se despacha con melodías que mis oídos, aún no abiertos, no logran captar. Sólo que obran como una balsámica caricia, justo para tomar el mate del estribo y agarrar la calle mascullando teorías.