Me ha pasado cuando se ha ido alguien querido y admirado, aunque no conocido personalmente, decir «Otro que se fue sin que haya podido darle un abrazo…». No ha sido así en el caso de Ramón Ayala a quien tuve la fortuna de conocer y conversar con él algunas horas, cuando fue el Primer Encuentro del Canto Paranasero organizado por Miguel «Zurdo» Martínez.
Coincidieron en esos Encuentros otros grandes como Aníbal Sampayo y Carlos Pino, conocí allí también a Aníbal Quadros, Claudio Monterrío, Polo Martí y muchos otros. Ramón es un personaje increíble, lleno de anécdotas, humor, talento, historias. Ya había dicho Chacho Muller cuando le pregunté quién era, a su juicio, el mayor artista del litoral: «¡Ah, no, Ramón!». Recuerdo que nos explicó que el gualambao podía ser una danza de parejas tomadas o libre, mostrándonos sus posibles coreografías. Amigable, sencillo, imaginativo y, vale decirlo también, con una fantasía contagiosa.
Claro que unas pocas horas compartidas no me dan ningún crédito, más que haber escuchado El Mensú por la radio en mi infancia, ya más grande acceder a su vasto y rico repertorio de canciones, el haber transitado de chico, yendo al mercado «La Placita», la Bajada Vieja de Posadas donde hay una estatua a su obra y memoria, vivir a la orilla del Paraná viendo pasar los jangaderos en su pequeño ranchito sobre el aglomerado de troncos navegando desde los obrajes, y las noches de luna ver su reflejo en el río con las luces de Encarnación al frente.
Quiero pensar que esas imágenes y recuerdos coinciden con los del creador de tanta bella música, inspirado en ellos y en sus vivencias en latitudes tan diversas. Vaya por eso mi sentido tributo a Ramón Gumersindo Cidade, Ramón Ayala.