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«UTOPÍAS Y REALIDADES», Vol. I, N° 5 (BIS), Noviembre 03 de 1999.-
Boletín de la FUNDACIÓN TAKIAN CAY de distribución electrónica gratuita
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MIRADA DE JUGLAR: Vicente Emilio Sojo bajo los ojos de Bartolomé Díaz
SEÑORA DIRECTORA: ¡NO SEA BESTIA!: Apoye a su maestra de Música
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En esta edición complementaria:
1. MIRADA DE JUGLAR: Vicente Emilio Sojo bajo los ojos de Bartolomé Díaz
2. SEÑORA DIRECTORA: ¡NO SEA BESTIA!: Apoye a su maestra de Música
3. LOS TRASHUMANTES – Relato de Virgilio F. H. Tosco
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1. MIRADA DE JUGLAR – Obras, hechos y personalidades de la música infantil vistos por El Taller de los Juglares
VICENTE EMILIO SOJO 1887-1974 – La mayor lección de un verdadero Maestro
A pesar de que considero bastante inútil nuestra actual obsesión con las «personalidades del siglo» (evaluadas por gente de dudosa cultura y manipuladas por los medios de comunicación), creo sinceramente que la figura hierática de Vicente Emilio Sojo reúne todas y cada una de las virtudes necesarias como para ser considerado el músico venezolano más importante de las diez últimas décadas.
Primeramente, su nacimiento a trece años de comenzar el siglo XX y sus ocho décadas de incansable búsqueda de la perfeccción a través del arte lo convierten en testigo y protagonista principal de una Venezuela que, gracias a él, ha logrado encaminarse hacia su madurez musical.
La característica más resaltante de este irremplazable guatireño (como se les dice a los oriundos del otrora pueblo de Guatire, en la actualidad ciudad satélite de Caracas) fue su integridad. Integridad moral y estética llevada a unos niveles difíciles hasta de imaginar para muchos de nosotros.
Sin habérselo propuesto jamás, Vicente Emilio Sojo definió el movimiento pedagógico, musicológico, coral y orquestal del país, especialidades que han modificado irreversiblemente el panorama musical de Venezuela. Además, como persona pública y, eventualmente, senador de la república (1958 y 1963) fue un ser humano que encarnó magistralmente sabiduría, rectitud, severidad y humildad en grados extremos.
Tuve el privilegio de formarme bajo la tutela de Antonio Lauro, uno de los «hijos musicales» más cercanos y mejor moldeados a la imagen y semejanza de este gran artista. De Lauro aprendí que la formación musical, tal como la entendía el Maestro Sojo, comenzaba y eventualmente terminaba con las tradiciones populares, sobretodo infantiles, de nuestra patria.
A mis dieciocho años creo no haber estado en capacidad de entender la abrumadora sabiduría que encierra esta actitud. Poco a poco me fui percatando de que esa casi intimidante integridad de Sojo era la que hacía perfectamente equiparables una gran composición sinfónico-coral y un arreglo sencillo de una melodía tradicional infantil que procediesen de su pluma.
En la actualidad, considero esa la mayor lección que nos dejó el irremplazable Vicente Emilio Sojo. Creo que el análisis de su obra como investigador y armonizador de música tradicional venezolana, en particular del acervo escolar, es una de las fuentes de inspiración más perfectas que conozco y la demostración más elocuente de que el repertorio infantil puede aspirar a metas artísticas de supremo refinamiento si es abordado por músicos que combinen verdadero talento con sincera fe en esta manifestación tan singular.
Para El Taller de los Juglares la imagen y el ejemplo de Sojo son el mejor ejemplo de que el arte musical infantil, en términos de calidad, tiene que ser perfectamente equiparable a aquel construido bajo las más nobles premisas estéticas. Si, eventuamente, conseguimos gestar una obra que reúna estas características y que a su vez pueda ser disfrutada con el natural espíritu dionisíaco que caracteriza a nuestros niños, habremos cumplido cabalmente nuestra labor.
Bartolomé Díaz Sahagún
El Taller de los Juglares
Caracas, Venezuela
zilah@etheron.net
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2. SEÑORA DIRECTORA: ¡NO SEA BESTIA!: Apoye a su maestra de Música
(La Música Coral en la Escuela)
Hace mucho tiempo, en una lejana escuela, mi esposa, Docente de grado, comenzó a hacer cantar a sus niños en el aula. La reacción infantil frente al hecho fue tan fuerte que al poco tiempo comenzó la selección de vocesitas por grado para formar un corito.
El coro se formó, «horas extras» mediante y fuera del «marco curricular». La docente de música, en ese momento, estaba en otra cosa…, los demás también.
La tarea prosperó y durante unos tres años los niños absorbieron con continuidad y casi con desesperación la enseñanza que se les brindaba a brazo partido y sin cargo para el erario público.
Entre ellos se auto-descubrieron bombistas, tecladistas, solistas, oídos privilegiados, voces privilegiadas, timbres privilegiados, se armaron dúos, se hicieron cánones y se cantó de todo, hasta la Misa Criolla.
También se visualizaron docentes felices, (de que le sacaran niños para el coro, o por las horas libres que tenían durante los ensayos), cuando el coro paso a ser materia de proyecto en la escuela, padres entusiasmados, (uno) y directoras y «vices» abocadas… (ausentes, circunspectas y sin guardapolvo, como casi siempre) a su tarea burocrática.
Al cabo de esos tres años tuvimos una experiencia «pura de lo sagrado», diría el Padre Pol (SJ); fuimos a una fiesta de fin de año en una escuela vecina, la «Honorato Laconi».
Patio de tierra, 3000 personas, 2000 alumnos, música al mango, los niños, descontrolados, corrían entre padres, docentes y árboles levantando oscuras nubes de polvo ultra fino que con el calor reinante conformaba un magnífico coloide muy bueno para el cutis y la ropa limpia.
De pronto…, nuestro coro había desaparecido, habíamos perdido a nuestros niños. ¡¡Terror en la escuela!!, ¡¡Secuestro!!.
Los hallamos en un patio trasero, lejos del mundanal ruido, en los juegos del jardincito de la escuela, solos, sentados en los árboles, en los juegos y…¡¡¡CANTANDO!!!.
La escena se nos presentó como una revelación, los indios habían perdido su condición, una increíble mutación se había producido. Habían optado por lo más impensado en ese momento de puro éxtasis y jolgorio festivalero.
Mi esposa se decidió y rindió como Docente de Música.
Ahora la tarea curricular le impide dedicarse de pleno al coro, (tiene 600 alumnos) de hecho lo abandonó. Nadie se dió por enterado, nadie preguntó, solo los niños insisten y por ello han vuelto a cantar en el grado.
– No se adjudican horas para coro, tampoco hay quien las pelee.
– Las maestras de grado se quejan, porque la hora libre extra que tuvieron oportunamente, ya no está.
– Las auxiliares no auxilian, bueno, en eso son muy coherentes siempre.
– Los padres, fieles a la modalidad, nunca existieron.
– La inspección, jamás se entero de nada.
– Las Directora y Vices nunca dejaron de controlar el color de la tinta y la inclinación de la letra en sus planillas.
De esos tres años de música intensiva, en que hicimos tres festivales de coros con asistencia de cuatro coros (de escuelas públicas y privadas) POR TURNO, OCHO por día durante los cinco días de la semana de la música, tuvo el mismo efecto que un asalto, se llevó a cabo y nadie sabe por quien, cumplió su cometido físico y desapareció, no hubo testigos, nadie vio ni escuchó… nada.
Bueno, sí los hubo. Marianita compró un teclado y comenzó a estudiar música, Cristian, el solista que cantó la misa criolla espectacularmente, no se animó a seguir. Otro quiso aprender guitarra, varios comenzaron a captar que música no es el arte de poner LV2 (una emisora de AM), la Luli está en el Belgrano (un colegio de Córdoba), en el coro por supuesto y ahora, algunos padres extrañan la época pasada.
No hay forma, no hay modo, no hay palabras para utilizar en un Directivo escolar y lograr sensibilizarlo a esa magia transformadora que es la música. Podemos aducir en su favor no solo que son inmunes a ella, sino que actúan de igual manera con Gimnasia, las Artes plásticas y todo evento que no contemple en su desarrollo una suma o una regla ortográfica.
– ¿De qué están hechos estos personajes que tienen a su cargo la «conducción» de la educación de nuestros hijos?
– ¿Quién los hace así?
– ¿Quién los mantiene así?
Circunstancialmente aparece uno/a que «ve la cosa», pero es la conocida golondrina que no alcanza a hacer el verano.
Lo esencial es invisible a los ojos… y a los oídos habría que agregar.
Cristo aconsejaría perdonarlos…, porque no saben lo que hacen. Pero en realidad, creo que sería mucho más útil la frase que, jocosamente, motivó este escrito: «Sra. Directora, no sea bestia…, apoye a su Docente de Música», por los niños claro…
Daniel el Terrible
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3. LOS TRASHUMANTES (*)
Una y otra vez, año tras año, volvían para la época de la cosecha. En especial la del maíz, porque eran artesanos de las recolecciones, y como aún no se habían difundido las cosechadoras, no se sentían desplazados del mercado laboral- y mucho menos preocupados.
Eran esperados como esas cosas que inevitablemente tenían que suceder. Como algo fatal, no por lo negativo, sino por eso mismo, porque tenía que suceder. Eran esperados como los veranitos de San Juan, en junio; las heladas en invierno, la tormenta de Santa Rosa en agosto; la caída de piedras en octubre, o los calores del verano.
Después de los saludos de práctica venían los regateos. Que no eran muchos, porque ellos tenían un destino marcado y mi familia también. Era cuestión de acordar inmediatamente, ya que cada uno sabía perfectamente las necesidades y posibilidades del otro. Eran prácticos: nosotros necesitábamos de su trabajo y ellos de unos días de techo, una paga justa y todos contentos.
Constituían un grupo numeroso, todos parientes entre sí. Incluían a los niños en el conglomerado humano, porque la gran familia estaba integrada por un matrimonio, ya mayor, que trabajaba a la par de cualquiera, y sus hijos e hijas, que a su vez estaban casados y con hijos también. Alguna otra persona estaba agregada. Podía ser, desde un hermano del jefe de familia, o hermano de su mujer, un primo, o pariente de cualquier especie, o, en última instancia, algún amigo.
Recuerdo que también había alguna persona muy anciana, que ya no trabajaba en las cosechas, pero que se encargaba de la comida y de los chicos. Eran los abuelos. Los padres del jefe del grupo o de su mujer, que en algún momento habían dirigido a la comunidad trashumante, y que por circunstancias de la edad pasaban a su hijo mayor la responsabilidad de conducir. Eran como un grupo de gitanos o una tribu. Un grupo nómada que viajaba de una chacra a otra en los tiempos de cosecha y vivía alegremente.
Trabajaban de sol a sol. Y al decir trabajaban, me refiero tanto a los hombres como a las mujeres, las que, vestidas con unos pantalones de tela resistente, se colocaban a caballo de la maleta que arrastraban, atada a la cintura, y, con diestros- movimientos, arrancaban la mazorca de la planta, y con el deschalador en la mano, y no menos diestramente, sacaban la chala que envolvía al fruto, desechándola, y arrojaban la mazorca limpia en la maleta.
Repito, trabajaban de sol a sol. Es decir, muy temprano en la mañana, cuando el fresco era agradable, siguiendo en la siesta con el calor castigando despiadadamente -sin nada más que un breve descanso a la hora de comer-, hasta la media tarde en que el sol declinaba y el fresco era como un bálsamo para los músculos de la espalda que habían soportado el esfuerzo de agacharse hacia las mazorcas y, al mismo tiempo arrastrar la maleta.
Entonces volvían, dejando sus enseres en perfecto orden, -previo realizar una pasada de cebo a la base de cuero de la maleta-, para la próxima jornada, y poco a poco se reunían formando- una gran rueda alrededor de una fogata que se armaba en el patio, al frente del galpón que les servía de dormitorio común. Recuerdo bien esas reuniones porque eran las únicas oportunidades que tenían para poder conversar y hacer algún comentario de lo que había cosechado cada uno y de las posibilidades futuras de trabajo que, por otra parte ya estaban convenidas, porque los vecinos que también los esperaban, retrasaban su cosecha unos pocos días y así, los trashumantes trabajadores, lograban completar agradablemente la gira.
Las recuerdo también porque eran la oportunidad de que yo, apenas niño, me acercara al grupo, y todos ellos sin excepción, me recibían con simpatía y conversaban conmigo.
Desde muy pequeño yo había hablado mi lengua paterna -el piamontés-, por lo que a veces me atravesaba en las palabras y eso les causaba gracia, se reían mucho y me hacían decir alguna palabras, como agua, comida, fuego, trabajar, etc., en mi lengua piamontesa y yo no tenía ningún inconveniente en repetir hasta el cansancio.
Ellos tenían hábitos bien definidos. Por otra parte, ¿qué más podían hacer? Mientras se cocinaba la comida, conversaban; luego, pronta ésta, daban fin a ella con el buen apetito que sólo suelen tener los que han gastado sus energías en el duro trabajo de recolección.
Después venía el momento que a mí más me gustaba, el de los cuentos-. Alternaban éstos con canciones que alguien cantaba acompañándose con la guitarra. No eran estas canciones nada especiales, sino del repertorio folklórico, tradicional o propio -¿quién lo podría determinar en un mundo y en un momento en que los medios de comunicación estaban en pañales?- que el cantor había aprendido de boca de otro y que a su vez transmitía a quien se interesaba en ellas. Vienen a mi memoria varias canciones, de las cuales recuerdo algunas estrofas, que decían:
«Al pie de un rosal florido me hiciste tu juramento
Pero el rosal se secó marchitado por el viento»
Otro:
«Han brotado otra vez los rosales junto al muro del viejo jardín
Si estás triste sabrás recordarte de aquel que al amarte no supo mentir»
Otro:
<Madreselvas en flor, que brotando se van, y en su abazo tenaz …>
Dije que era llegado el momento de las canciones y de los cuentos. Tampoco eran éstos -los cuentos- nada especiales, seguramente repetidos sempiternamente hasta el cansancio, y con cierta dosis de picardía. ¡Qué no le debe el folklore a toda esta gente! A mí me encantaban y me llena-ban de fantasías con las aventuras de los personajes, en especial los que trataban de un pícaro y aprovechado protagonista que todos llamaban Don Pedro Urdemales.
De estos cuentos tuve noticias posteriormente y supe que no eran muy apropiados, y nada edificantes, sobre todo para la edad que yo tenía en ese entonces, porque tenían cierto sabor picante, ese sabor que suelen tener las cosas prohibidas y en especial prohibidas para los niños.
Terminaba la cosecha del maíz y concluía un momento feliz de mi niñez, un momento en que participaba de la vida de una comunidad diferente, con sus especiales problemas, con su sencilla organización familiar, con su vida de trabajo permanente y sacrificada, impuesta por las circunstancias, y de la cual nunca se quejaban. Todo esto me servía de experiencia y con ello iba amasando los recuerdos que me permitirían seguir viviendo y esperando nuevas situaciones y contactos como los que había mantenido con este grupo de trashumantes.
(Este relato -con algunos cambios- lo escribí en julio de 1972 y describe, en esencia, mi primer contacto con la música folklórica y con la gente que era su transmisora y sostenedora genuina y pertinaz).
Virgilio F. H. Tosco
(*) N. del T.: Este cuento fue seleccionado en noviembre de 1998 para el PRIMER CONCURSO DE RELATOS, «C. P. C. Avda. Colón 5300 – Bº San Ignacio CORDOBA».
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NOTICIAS DE INTERÉS (Información también complementaria)
Grupo de Cine Insurgente cineinsurgente@hotmail.com
El grupo de cine insurgente anuncia la entrada en su tercer semana de exhibición de su película «Diablo, Familia y Propiedad», EN EL CINE COSMOS, (BUENOS AIRES), en los horarios de las 13:00 16:40 y 21:20.
El film narra a través del mito de «El Familiar» las luchas en las zonas de los ingenios azucareros salto-jujeños desde principios de siglo hasta los recientes cortes de ruta. El familiar es un diablo que vive en los sótanos de los ingenios y tiene un trato con el terrateniente. Este debe entregar trabajadores para alimento del monstruo a cambio de la prosperidad de la plantación.
Esta es una producción nacional independiente hecha con mucho sacrificio y desde ya es necesaria la solidaridad del medio periodístico para su difusión.
Grupo de Cine Insurgente
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